En un atardecer sereno ha de llegar la turbulencia nubosa. Antracitas, el nombre que les ha dado un pequeño observador a tal magnificencia nubosa y extrañada. Fisgón, a través del gélido y tieso cristal, sin perder oportunidad de esperar a que la lluvia llegase, sin embargo, no acontece.
180 lunas de la última lluvia. Las flores anhelando sosiego, imploran, por de nuevo las gotas surcar sus tallos. Con tardo andar, una vez más, las antracitas se apartan del atento acecho.
¿Cruel hemos sido?, duda diseminada de la que se conoce respuesta, la naturaleza quebrada. Una mañana opaca de radiante sol, divisa nuevamente, aquella nubosidad anhelada, pero un lóbrego fruto trae de la siembra amarga, una lluvia mordaz, ácida, cubre todo lo que anhelaba su sosiego.