Homenajear a nuestros antepasados, especialmente a aquellos valientes que lucharon por la independencia y la soberanía de nuestra nación, es un acto sagrado que reafirma nuestra identidad, nuestro orgullo y nuestro compromiso con la patria. Estos héroes no solo nos legaron un país libre, sino también un conjunto de valores inquebrantables: el amor a la tierra, el respeto por la ley, la valentía frente a la adversidad y el sacrificio por el bien común.
Aunque hoy enfrentemos desafíos como la corrupción y la decadencia moral que empañan nuestra realidad, esto no debe llevarnos a olvidar ni a menospreciar el legado heroico que nos permitió llegar hasta aquí. Al contrario, esos homenajes son un recordatorio solemne de que nuestra nación fue construida con sangre y esfuerzo, y que es nuestra responsabilidad honrar ese sacrificio luchando por restaurar el orden, la justicia y la honestidad.
Si nuestros próceres pudieran ver la situación actual, seguramente sentirían dolor, pero también nos exigirían que no nos rindamos, que sigamos defendiendo los valores que ellos encarnaron y que trabajemos incansablemente para devolverle a la patria la grandeza que merece.